viernes, 20 de agosto de 2010

Con el río a mis pies


Quien diga que Nueva York es solo asfalto y rascacielos se equivoca. Un paseo por los muelles de la orilla del río Hudson, frente a Nueva Jersey y con la Estatua de la Libertad a lo lejos, se convierte en una de las experiencias más agradables y alternativas para escapar del bullicio de la ciudad. No es que NY no duerma. Lo que no hace es dejar de respirar vida allá por donde pises. Y si no, hagan la prueba: un par de horas, menos quizá, desde Central Park a Union Square, cruzando por Park Avenue, paralelo a la Quinta Avenida donde el tráfico ruge a ritmo de claxon y semáforos que te prohíben cruzar con el luminoso de una palma de mano en rojo.

Desde esos muelles vuelvo a divisar las grúas de la Zona Cero e imagino, desde el lado oeste de esta isla, los aviones asesinos cruzando el cielo aquella maldita mañana, mediodía en España. Desde aquí NY parece más vulgar, no tan bella como si la miras desde Brooklyn, cruzando el Manhattan Bridge a primera hora de la mañana. No imagino tanto horror en tan poco tiempo. Tampoco la nostalgia de los que miran desde aquí el cielo huérfano de esas torres. Pero la vida sigue. Al menos eso debieron de pensar entonces y ahora los ¿neoyorkinos? Costaría saber si alguno nació aquí por la mezcla de razas y paisajes que pueblan esta ciudad, del taxista con turbante a la elegante ejecutiva que abandona la oficina de Park Avenue antes de las seis de la tarde para tomar copas frente a Grand Central o Park Avenue.

Hoy he vuelto a los cafés de Brooklyn, un barrio, al menos donde yo vivo, en Park Slope, con madres guapísimas y jóvenes que pasean a sus niños por las mañanas. Cafés con bancos de madera en la calle para aliviar el calor de estos días de agosto, gente leyendo y una sensación de alivio en los oídos tras haber pasado casi un día entero en Manhattan. Ya me lo dice Juan Carlos, con ese acento portorriqueño tan suyo: “A poco que conozcas Brooklyn, pasarás más tiempo aquí”. De momento me sigue llamando la aventura de cruzar al otro lado de East River, el río que baña el lado este de la isla. De sus muelles, si los tiene, aún no sé nada.


Esta mañana, mediodía en Cáceres, he hablado por Skype, esto es, gratuitamente a través de internet como si fuera un teléfono, con Javi, my brother. Ya tenía ganas. Resulta gratificante saber que por casa todo va bien, que los compañeros del periódico siguen haciendo del jueves una juerga, aunque sea agosto en la ciudad que sueña con el 2016. Cuánto sabemos de nosotros y tan poco de lo que pasa fuera. Quizá por eso sea tan bueno viajar, para que tu vida no se detenga en un lugar. Yolanda me ha contado que la niña está bien, que divierte verla con sus gafas. Si digo que también las echo de menos, estoy mintiendo. Las añoro, que es peor para el alma porque necesitas un abrazo.

Hoy tengo pensado ir a Chinatown. No me pilla lejos. cerca de donde termina el puente de Brooklyn. Tengo que colgar unas fotos, que Javi me lo ha pedido. Hacen falta en este escaparate, aunque reconozco que ando más preocupado en construir unas líneas que me hagan comprender lo mucho que estoy aprendiendo. Un abrazo, Antonio. Te recuperamos por fin para que nos enseñes a escribir en el blog de un mapa de utopías. Qué paradoja, amigo. La misma que vivo en NY hecha ya una realidad. Espero no despertar aunque siga con los ojos bien abiertos.

P. D. Sí, la foto es de la Bolsa de Wall Street.

2 comentarios:

  1. Y no te has encontrado con ningun escritor en alguna de esas cafeterias? Si te encuentras a Roth no te olvides de preguntarle: amigo como te trata la vida...

    Besos desde Bulgaria

    Lara

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  2. Se dice que uno es más uno mismo en la habitación solitaria de un hotel que en el salón de su casa, rodeado por los suyos. Será porque cuando salimos de nuestro propio ambiente dejamos de estar condicionados, arropados, cómodos, dentro de una corriente favorable y habitual. Lejos descubrimos nuestro propio yo, sacamos matices que no sabíamos que estaban allí, pero que formaban parte de nosotros mismos.

    Es curiosa la adicción que crea Nueva York. Daré un dato que Carlos no ha recordado sobre su viaje: tiene casi 40 años y hasta el pasado diciembre no fue por primera vez allí, pero ya veis que ocho meses después ha repetido. Supongo que, como me ocurrió a mí por mi carácter en cierto modo fatalista, a medida que iban pasando los días del primer viaje le iba dando una enorme pena saber que el adiós estaba cerca. Y ahora creo que también van a ir por ahí los tiros, porque incluso está conociendo una NYC distinta, la de barrio, la que no es tan turística del "sota-caballo-rey" (aunque allí haya miles de barajas).


    Todo bien por aquí, ya ves. Luego veré si estás conectado. Un abrazo.

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