martes, 24 de agosto de 2010

¡Mucha salsa por Manjaanthan!




Aquellos dos tipos de la barra en un restaurante de Smith Street, en la parte baja de Brooklyn, bebían un cocktail con sabor a ron que decidí probar tras intercambiar unas frases con ellos sobre el viento que soplaba aquella tarde. “It’s stronger than Mimosa”, dijo uno de ellos aludiendo al nombre del que me había servido primero para entablar conversación. Resultó que a los dos hombres, que debían de superar los 50 con creces, les resultaba familiar hablar con un españolito en una avenida llena de locales de cocinas internacionales y pubs convencionales donde poder echar un trago tras la cena. Francisco, que así se llamaba el del pelo moreno, conocía Sevilla y ¡zas! hablaba español con un acento gringo de libro. Tenía familiares en nuestro país que provenían, creo recordar, de Costa Rica o Puerto Rico. Después de la segunda copa, nos hicimos amigos para siempre.

Y así fue como Francisco, con una hija en Brooklyn y trabajo en una empresa de servicios de construcción, me confirmó, siete días después de haber llegado, la estupenda capacidad para comunicarse de los neoyorkinos. Sí, también un tipo como un armario ropero que esperaba el metro en la Primera Avenida esquina con East Houston me contó en 30 segundos sus imborrables recuerdos de un verano de Ibiza rodeado de mujeres guapas. “Yes, man. I need to come back to Spain”, dijo a modo de despedida antes de subirse al tren y estrecharme la mano. En el metro de Madrid no he visto aún nada parecido, Digo, al menos tras un diálogo de menos de un minuto.

Pero prosigamos con la vida de Francisco y los efectos colaterales del par de cocktails que sorbimos junto a su colega, que no hablaba español, pero tampoco hacía falta porque me sirvió para practicar mi deficiente inglés, mi próximo reto vital para el curso que comenzará en septiembre. “¿Manjaantan? No solo hay turistas, muchacho...”, respondió tras mi percepción, quizá excesiva por mi corta estancia en la ciudad,.de que la Gran Manzana se ha convertido en un parque temático para turistas deseosos de visitar las atestadas calles de Chinatown, las tiendas de lujo del Soho o subirse, cómo no, al Empire para contemplar los imponentes rascacielos. Debo confesarles que, desde que descubrí Brooklyn, tengo la sensación de que da igual de dónde vengas o quién seas: lo importante es liberarte de prejucios o, como yo, equivocarte mucho hasta que aprendes a no perderte en el metro. Y lo de sentirse bien en cualquier ciudad del mundo, aunque sea Nueva York, es partido ganado.

Francisco sacó una tarjeta de trabajo y escribíó una dirección con mapa incluido. No, no piensen que se trataba de ningún antro de perversión. O quizá sí. Al menos yo no lo sé aún por experiencia, pero cuando vi en el móvil del hombre aquella morena bailando salsa con él empezaron a despegarse las dudas del tipo de sitio al que me invitaba. “Si tú quieres venir, busca el Sol y Sombra, en el 86 de Amsterdam Avenue, muy cerca de la calle 19”, me indicó. Por supuesto que me confesó que su mujer sabía cuál era uno de sus pasatiempos favoritos cada sábado, creo recordar, cuando salía por Manjaantan. Eso sí, me pidió que le llamara si al final me decidía a ir y repetir así el buen rato de esa tarde.

Aunque la escena hubiera podido repetirse en cualquier bar de España, saqué una conclusión mientras volvía a casa, subiendo hacia la 5th Avenue de Brooklyn: si el carácter americano, al menos el que voy conociendo, se parece en algo al de Nueva York, me apunto. Otra cosa son los conocimientos de geografía, como los de otro tipo con el que charlé en Union Street Café y que, tras escuchar al camarero hablar de sus planes de cruzar el charco para irse de vacaciones en octubre, le preguntó dónde estaba Marruecos. Y eso que aquel hombre era el capitán de un barco. De los españoles a los que había llevado de travesía solo recordaba lo mucho que bebían. “Drink, drink, man”, dijo mientras hacía ese gesto tan universal de llevarse el pulgar a la boca, Los americanos, claro que también se nos parecen. Y si no, pregunten a Francisco por su cocktail favorito.

Ah, las fotos corresponden a Bedford Avenue, el Malasaña de Brooklyn, sin demasiados turistas, gente con tatuajes inimaginables y una opción muy recomendable para irse a comer. En la línea L, la gris para más señas. Para no pederse el mural con la promo de la nueva botella de Absolut Vodka diseñada por el director Spike Lee... ¿A que no saben a qué barrio está dedicada? Les escribo desde allí mismo... Fácil, fácil.

2 comentarios:

  1. Peligro en la Condomina (o en el Shea Stadium de los Mets, en el este caso). No hay nada que nos una más a los tíos desconocidos que la barra de un bar (y una buena charla sobre mujeres o fútbol).
    Curiosa historia, sí señor. Veo que de este viaje vas a venir más enamorado de Long Island que de Manhattan, cosa rara, por otra parte. Por cierto, ¿has pensado en ir a Coney Island? Debe ser un poco decadente, pero ha salido en tantas pelis...
    Abrazos desde 2 Doctor Marañon Street.

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  2. Joder, Javi, si lo nuestro es el periodismo... Descubrir, charlar, observar, reir... Pero me quedo con todo lo que piso, sin excepcion. Da igual donde vayas...

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